La trampa del propósito

La trampa del propósito: cuando la brújula se convierte en un destino

Gabriel PardiDesarrollo personal y profesional

La trampa del propósito

Óscar De los Reyes Marín tiene razón: la búsqueda del propósito se puede convertir en una trampa, una fuente de ansiedad en un mundo que nos presiona por tener un "gran porqué".

La trampa nace de confundir el instrumento con el destino: convertimos nuestra brújula en una meta.
La tratamos como un punto fijo en el mapa, cuando es la herramienta que nos permite avanzar cuando el mapa desaparece. Al volverse una obligación, el propósito se vuelve frágil.

La salida no es psicológica, es sistémica.

Viktor Frankl nos enseñó a sobrevivir al sinsentido y Russell Ackoff, a diseñar sistemas que lo previenen.

En "Recreación de las corporaciones", Ackoff define cuándo un sistema tiene propósito:

Una entidad tiene propósito cuando puede elegir tanto sus fines como sus medios en dos o más ambientes

Un avión no tiene propósito, tiene una meta o destino. Su ruta es fija, su éxito es binario: llega o no.

Un ser humano, en cambio, tiene una brújula. Su dirección puede ser "ser un conector de culturas", y puede expresarlo viajando, aprendiendo o simplemente escuchando a un extranjero en un café.

El propósito-brújula no depende de un único destino, nos permite reorientarnos ante cualquier circunstancia.

La trampa es reducirnos a máquinas con destino fijo. Cuando alguien dice "mi propósito es ser CEO", confundió la brújula con un punto en el mapa.

Si no lo logra, fracasó.
Si lo logra, a menudo encuentra el vacío.
El avión llegó a destino, y ahora no tiene a dónde ir.

La misma confusión ocurre en las organizaciones: obsesionadas con las metas —el destino—, pierden de vista el propósito —la brújula—.
Invierten en las "piezas" para que corran más rápido, pero el sistema carece de dirección. Áreas como RRHH caen en la misma lógica: se enfocan en los individuos, no en el sistema.

El propósito no es un destino personal ni organizacional. Es la brújula del individuo y el vector que alinea al sistema. No se "alcanza": se usa para navegar, se comparte para alinear y se actualiza para ajustar el rumbo.

La salida, entonces, no es buscar "tu" destino en solitario, sino integrarte a un sistema con propósito y alinear tu propia brújula. O, con más audacia, crear uno nuevo.

Ahí el sentido deja de ser un punto de llegada para ser la experiencia de navegar juntos.

El pensamiento sistémico nos permite comprender que el propósito no se encuentra: se diseña, se comparte y se sostiene entre todos.

Desde esta mirada acompaño a líderes y organizaciones: ayudarlos a calibrar la brújula de su sistema, para que el trabajo fluya con sentido.